Análisis critico del sistema estatal de comunicación científica.
El sistema de comunicación científica ha experimentado grandes cambios desde que en 1983 se presento la primera ley de ciencia en democracia. España ha crecido como sociedad y de la mano ha evolucionado el sistema nacional de ciencia y su relación con el resto de los ciudadanos. Los marcadores de producción, cifras de personal científico y valores estadísticos reflejan un crecimiento aparentemente positivo en todos estos aspectos. Más publicaciones, más investigadoras, más inversión publica. Además, las encuestas realizadas por el organismo publico FECYT muestras el interés del publico general y la valoración positiva de la científica como miembro de la sociedad. Sin embargo, el sentir de la comunidad científica española no concuerda con este optimismo basado en el análisis de grandes datos estadísticos. Los investigadores e investigadoras padecen una permanente inestabilidad, referida como insostenible por el ministro de Ciencia a día 23 de noviembre de 2020 (Pedro Duque, eldiario.es). La precariedad, atribuida a una endémica falta de inversión traza un hilo de razonamiento que apunta a una desconexión entre la sociedad y el tejido científico español. La ciencia genera mayoritariamente confianza, pero no se es consciente de su utilidad. La investigadora esta bien valorada, pero su salario o facilidades de conciliación se ignoran a nivel legislativo. Un 60% de la población considera que la ciencia aporta mas beneficios que prejuicios, pero solo un 16% menciona la ciencia como un interés informativo. Uno de los elementos claves de esta desconexión es mencionado por Ana Cuevas y José Antonio López: “la mayoría de los entrevistados en la encuesta de 2006 atribuían su desinterés por los temas científicos a que “no los entienden””. A mi entender, esto resume en pocas palabras el fallo primigenio del sistema de comunicación científica.
Los excelentes indicadores que muestran el avance de la Ciencia en nuestro país no permeabilizan a la sociedad, perdiéndose en la superficie. Sin una mejora en la comunicación científica, las raíces que pueden generar un cambio de paradigma en la sociedad española no se nutren adecuadamente, manteniendo las contradicciones anteriormente mencionadas e impidiendo un crecimiento fuerte y efectivo que repercuta en el modelo productivo y la sociedad en general.
Sin lugar a duda, se han realizado esfuerzos en los últimos 20 años para revertir esta situación, pero a todas luces han sido insuficientes. A través de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) se han generado convocatorias publicas para financiar proyectos de comunicación científica y se ha puesto en marcha una agencia estatal de comunicación (Agencia SINC). Sin embargo, FECYT no cumple las expectativas y necesidades que plantea la situación actual. Un buen ejemplo es la iniciativa “Ciencia en el parlamento”, que nació por vocación y liderazgo de un grupo de investigadores cansados de la falta de acción desde las instituciones publicas. Otro ejemplo se puede derivar del análisis del estado actual de Unidades de Cultura Científica y de la Innovación (UCCi). Estas unidades pueden suponer una herramienta clave para que los centros de investigación comuniquen al publico general y al especializado su producción científica. Sus planteamientos teóricos son excelentes. Sin embargo, un informe de 2019 menciona que existen 94 UCCi, la mitad de ellas pertenece a Universidades y el resto se reparte entre centros e institutos de investigación. El sistema universitario español esta integrado por 82 universidades, 50 publicas y 32 privadas. Parece que la mitad de las universidades no participan del esfuerzo por aumentar el alcance de su producción científica. Los números son similares para los centros e institutos de investigación, con solo 120 adscritos al CSIC, y alrededor de 50 participando del programa de comunicación científica. Cuando la actividad mas destacada de las UCCis es su encuentro anual, algo no funciona de la mejor de las maneras posibles. No porque los encuentros y congresos no enriquezcan la practica de los participantes, sino porque estos no parecen ser el objetivo final de una serie de unidades diseñadas para acercar la ciencia a los ciudadanos.
El sistema de Museos y ferias científicas parece mostrar mejores datos al respecto de impacto en la sociedad y creación de un entorno científico identificable por los ciudadanos, donde acudir para alimentar su curiosidad o formación. Aun así, el museo es un entorno poco dinámico que se aleja de los intereses y modos de comunicación propios del siglo XXI. Internet es, junto a la televisión, la primera fuente de información sobre ciencia para las españolas. Las redes sociales son un hervidero constante de información, muchas veces errónea, con relación a innumerables cuestiones científicas, como se ha podido comprobar durante la pandemia que ha regido gran parte del año 2020. Esta situación global no hace mas que acelerar la sensación de urgencia que pesa sobre el estado actual de la comunicación científica en España. El sistema esta diseñado adecuadamente, con agencias y mecanismos que podrían cubrir múltiples aspectos del problema. Es posible que un aumento de la inversión facilitase el cumplimiento de los objetivos planteados. Al mismo tiempo, la creación de nuevas generaciones de comunicadores y de investigadoras conCienciadas de la necesidad de acercarse al ciudadano puede mejorar el impacto que la comunidad científica tiene en la sociedad española.
Alberto Benito Martin
23 de noviembre de 2020


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